jueves, abril 06, 2006

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Callate piojento de mierda!








Y a tí que te pasa que tay tan callao hueón?

Mi espada!!



Camino por las Calles de Santiago, avanzo, tropiezo, resbalo, choco con distintas personas, ¡Cuidado con el ciego!, ¡Pero señora!, ¿Y ese escolar?
Cruzo siempre la Alameda en Mc Iver, donde existe una pantalla gigante.
Si no se quiere sentir gente cerca, si se quiere tranquilidad ese es uno de los lugares más desagradables para cruzar. Todos esperando a un lado para poder llegar al otro. Con la cercanía sientes a las personas, sientes su olor, su respiración, te haces parte de su piel y de sus vidas por unos segundos.
Miras hacia el frente y ves que toda esa gente tratara de cruzar, y tendrás que hacerte un lado un par de veces, apurar el paso otras tantas y en ocasiones frenar en seco, y todo para no chocar, para no invadir al otro.
La cercanía física, con las personas que por un mero hecho de la casualidad comparten la esquina en ese determinado momento, las hacen cómplices, las hacen sentirse más cercanas, más unidas entre sí que con el grupo de personas que esta frente a ti.
Cada vez que espero que el semáforo señale a un hombrecillo de verde, imagino que estoy en un campo de batalla, donde dos ejércitos se enfrentarán, imagino que todos esperan impacientes, con la sangre caliente, sudorosos, nerviosos, temerosos, esperando el momento preciso para comenzar a caminar rápidamente, esperar a la oleada de tus contrincantes y desenvainar tu espada en el momento justo para atravesar el estomago de tu enemigo más cercano. Luego, apresurarte y continuar con la señora que se escapa, una vuelta y ese nuevo ejecutivo ya esta desangrándose por el filo de tu espada. Y así abrirte camino sujeto tras sujeto, muerto tras muerto, hasta lograr cruzar hacia la otra esquina, lograr conquistar tu objetivo.
Avanzo imaginando los movimientos, me imagino con una agilidad desconocida, como un espadachín de traje y corbata que no perdona, que no tiene piedad y que sólo busca el triunfo y calamar su sed.
Ya encontré una tienda donde venden esas espadas con agua y papelitos de colores dentro, en estos momentos averiguo, como sacarle filo a ese material. Mi recomendación es que no crucen por allí, mejor busquen otro lugar. Y si algún día ven a alguien de terno oscuro con los brazos en alto, con la cara desencajada por una especie de satisfacción y desenfreno, en la esquina de la Alameda con Santa Rosa, es quien escribe.