lunes, abril 17, 2006

Plan de Bolsillo!



- Te quiero mucho

-¿Qué acaso hoy es el día para declararse cariño?

-No. Es mi día para declarar cariño. Tú debes buscar tu propio día.

-Jajaja, ya. Bueno el 31 de septiembre ese será mi día para declarar cariño. Espero que no se me olvide un día tan importante como ese.


Caminaba, como era su costumbre, bajo la sombra de los grandes arboles del parque. No entendía como nadie más de las innumerables oficinas cercanas aprovechaba la hora de colación para poder caminar.
Había invitado muchas veces a sus colegas, a dar un paseo. Incluso había hecho el intento de comenzar a fumar, para así tener una excusa de estar acompañado, pero aún así seguía caminando con su acostumbrada soledad.
Conocía muy bien su camino, sabía que demoraba diez minutos a la banca que creía suya. Sabía que tardaba entre tres y cuatro minutos desde allí, a comprar un dulce, que consideraba su postre del almuerzo. Sabía que veinte minutos con su rostro al Sol, lo llenaban de energía.
Cada día sus pensamientos eran similares, primero se admiraba de su iniciativa de salir de la oficina a caminar, se sentía distinto, provocándole una agradable sensación de falsa rebeldía. Luego analizaba a sus colegas y su pasividad, considerándolos en ocasiones de imbéciles. Y siempre sus últimos pensamientos, aproximadamente en el minuto diecinueve, se dirigían hacia su soledad. Siempre cuando su cabeza llegaba a ese punto, su brazo se levantaba como por arte de magia, asomando su reloj. Era hora de irse.
Ya era época de lluvia, su banca no estaba en las mejores condiciones para poder recibirlo. Resignado, busco una galería cercana en la cual la tienda de antigüedades era su local favorito.
En el transcurso de la primera semana vio a la dependiente de la tienda. Era una joven que no tenía nada de antigua. Sus manos eran tímidas y delicadas. Sus ojos estaban siempre atentos, dando la sensación de ser dos aventureros. Y lo que más le gustaba era su boca delicada, que como él decía "no ha sufrido de espantos".
Le encantaba poder mirarla por la vitrina, ubicarse en un costado justo frente a ese espejo, al cual le calculaba unos cien años, en donde no podía ser visto.
Cada día se convencía, toda la mañana estaba animándose, sabía que ya era hora de hablarle. Repasaba la escena una y otra vez; entraría a la tienda, compraría cualquier cosa, lo primero que le llamara la atención, luego le diría algo simpático, para iniciar una conversación. También pensaba en inventar algo, que coleccionaba monedas antiguas, por ejemplo. Esto le daría una buena excusa para volver.
Todos los días salía decidido, todos los días inventaba mejores historias, para poder hablarle, y todos los días regresaba con su plan en los bolsillos.
Al pasar las semanas, estaba abrumado, se retaba a sí mismo, comenzaba a despreciarse, se consideraba un cobarde, un loco. Sabía que no era normal permanecer una hora mirando aquella figura, sabía que en algún momento ella lo podría descubrir, sabía que nunca se atrevería a hablarle.
Sintió un gran alivio cuando el invierno pasó, y la primavera trajo nuevamente el sol. Ahora podría volver a visitar su banca.
Tomo el tiempo, 10 minutos a la banca, tres o cuatro al quiosco y veinte minutos de sol. La rutina lo hacia sonreír. Lo único que había cambiado eran sus pensamientos. Sus colegas fueron dejados en el olvido, su rebeldía se transformo en vergüenza, y su soledad yacía ahora acompañada de sus fantasías.


-Hey, ¡hoy es 31 de septiembre!

-Mmm, ya, ¿Y qué? ¿Pasó algo un día como hoy?

-Hoy era tu día para declarar cariño

-Pues bien, comenzaré por mí entonces.

-Por nosotros querrás decir.